miércoles, 11 de junio de 2008

Boletin Parroquial N. 11

Boletin Parroquial N. 011
XI semana del Tiempo Ordinario
Junio - 2008


La Santa Misa (III)



LITURGIA DE LA PALABRA
Escuchamos ahora con atención la lectura de algunos pasajes de la Biblia, que nos transmiten lo que Dios ha revelado a través de hechos y palabras. En la Misa de los domingos y días de fiesta se leen tres lecturas, los días ordinarios sólo dos lecturas, el Evangelio es la lectura más importante. Cuando Dios las hizo escribir, sabía que las íbamos a escuchar hoy:
Dios nos habla a cada uno. Invoca al Espíritu Santo para oír con fruto la palabra de Dios. Trata de grabar alguna frase para recordarla durante el día y llevarla a la práctica. Que la gente vea que seguimos al Señor.

Lectura y Salmo:
-AI acabar la primera (y segunda Lectura, si la hay):
Lector: Palabra de Dios. Todos.: Te alabamos Señor.
-Lector y el Pueblo dialogan el salmo responsorial.

Evangelio:
Antes de leer el Evangelio, el sacerdote inclinado reza en voz baja. Podemos decir internamente: Purifícame, Señor, y dame tu luz para entender mejor tu Santo Evangelio y practicarlo.
A continuación nos ponemos de pie como señal de respeto a Cristo, que nos habla, y de prontitud en seguir sus enseñanzas.
S.: El Señor esté con ustedes T.: Y con tu espíritu.
S.: Lectura del Santo... T.: Gloria a Ti, Señor.
S.: Palabra del Señor T.: Gloria a Ti, Señor Jesús.

El sacerdote besa el libro en señal de respeto y de amor a los Evangelios, que al contener la Palabra de Dios, representan al mismo Cristo.

Homilía
El sacerdote nos explica la Palabra de Dios para aplicarla a nuestra vida.
Credo y Oración de los fieles (domingos y fiestas)


¿Más o menos televisión? (I)


Hoy en día dados los avances de la tecnología nuestra vida se desarrolla rodeada de pantallas: el celular, la computadora y la televisión. Eso hace necesario que los padres estén más atentos a los peligros a que se enfrentan los niños y adolescentes. Arlene Moscovitch, después de un estudio, reconoce en su informe la aportación positiva de los medios de comunicacion social, puesto que son una fuente útil de educación y entretenimiento, y además, facilitan una mejor interconexión entre los miembros de una familia.

Pero la exposición excesiva entre niños y jóvenes a estos medios puede traer consigo problemas como: control de la atención, comportamiento agresivo y un pobre desarrollo de comprensión de la realidad. Los niños aprenden más cuanta más atención prestan, y así como un niño de 10 años en el colegio atiende un 50% del tiempo; en casa lo hace un 27% ; y ante la televisión un 95%. Por lo tanto, si se le permite a un niño consumir mucha televisión aprenderá los contenidos televisivos y tendrá dificultades para “acercarse” a otros medios de conocimiento.

Todos sabemos que la televisión tiene sobre los niños un efecto magnético. La focalización de su atención ante este medio es debida a la fascinación de sus imágenes. Sin embargo, la televisión no debe convertirse en la niñera de nuestros hijos, no puede hipnotizarlos para que nosotros gocemos de unos instantes de tranquilidad en la ajetreada y apretada vida actual, sobrecargada de trabajos. Me cuentan que una familia en la que el hijo “devoraba” televisión, se vio sorprendida al estropearse la misma. La llevaron a reparar y ante el disgusto general, el técnico les dijo que tardaría varios días en arreglarla. El padre para pasar el rato decidió ponerse a jugar con su hijo, cosa que nunca había hecho, hablaron, leyeron juntos y cuando recogieron el televisor arreglado se sentaron a verlo, y ante el asombro paternal, el hijo dijo: “¿Por qué no jugamos a que se estropea la televisión?”. La dedicación y el tiempo que demos a nuestros hijos es lo más preciado que les podemos legar…
Revista “La verdad

Discurso de SS Benedicto XVI
a los jóvenes de EEUU en el Seminario St. Joseph de NY (I)

Tienen delante las imágenes de seis hombres y mujeres ordinarios que se superaron para llevar una vida extraordinaria. La Iglesia les tributa el honor de Venerables, Beatos o Santos: cada uno respondió a la llamada de Dios y a una vida de caridad, y lo sirvió aquí en las calles y callejas o en los suburbios de Nueva York.

Y ¿qué ocurre hoy? ¿Quién da testimonio de la Buena Noticia de Jesús en las calles de Nueva York, en los suburbios agitados en la periferia de las grandes ciudades, en las zonas donde se reúnen los jóvenes buscando a alguien en quien confiar? Dios es nuestro origen y nuestra meta, y Jesús es el camino. El recorrido de este viaje pasa, como el de nuestros santos, por los gozos y las pruebas de la vida ordinaria: en vuestras familias, en la escuela o el colegio, durante vuestras actividades recreativas y en vuestras comunidades parroquiales. Todos estos lugares están marcados por la cultura en la que estáis creciendo. Como jóvenes americanos se les ofrecen muchas posibilidades para el desarrollo personal y están siendo educados con un sentido de generosidad, servicio y rectitud. Pero no necesitan que les diga que también hay dificultades: comportamientos y modos de pensar que asfixian la esperanza, sendas que parecen conducir a la felicidad y a la satisfacción, pero que sólo acaban en confusión y angustia.

Mis años de juventud fueron arruinados por un régimen funesto que pensaba tener todas las respuestas; su influjo creció –filtrándose en las escuelas y los organismos civiles, así como en la política e incluso en la religión– antes de que pudiera percibirse claramente que era un monstruo. Declaró proscrito a Dios, y así se hizo ciego a todo lo bueno y verdadero. Muchos de los padres y abuelos de ustedes les habrán contado el horror de la destrucción que siguió después. Algunos de ellos, de hecho, vinieron a América precisamente para escapar de este terror.

Demos gracias a Dios, porque hoy muchos de su generación pueden gozar de las libertades que surgieron gracias a la expansión de la democracia y del respeto de los derechos humanos. Demos gracias a Dios por todos los que lucharon para asegurar que puedan crecer en un ambiente que cultiva lo bello, bueno y verdadero: sus padres y abuelos, sus profesores y sacerdotes, las autoridades civiles que buscan lo que es recto y justo.

Sin embargo, el poder destructivo permanece. Decir lo contrario sería engañarse a sí mismos. Pero éste jamás triunfará; ha sido derrotado. Ésta es la esencia de la esperanza que nos distingue como cristianos; la Iglesia lo recuerda de modo muy dramático en el Triduo Pascual y lo celebra con gran gozo en el Tiempo pascual. El que nos indica la vía tras la muerte es Aquel que nos muestra cómo superar la destrucción y la angustia; Jesús es, pues, el verdadero maestro de vida (cf. Spe salvi, 6). Su muerte y resurrección significa que podemos decir al Padre celestial: “Tú has renovado el mundo” (Viernes Santo, Oración después de la comunión). De este modo, hace pocas semanas, en la bellísima liturgia de la Vigilia pascual, no por desesperación o angustia, sino con una confianza colmada de esperanza, clamamos a Dios por nuestro mundo: “Disipa las tinieblas del corazón. Disipa las tinieblas del espíritu” (cf. Oración al encender el cirio pascual).
+ Abril, 2008


La Buena nueva de Nuestro Señor Jesucristo.

XI domingo del tiempo ordinario, 15 de junio
Evangelio según San Mateo 9,36-10,8.
"Al ver Jesús a las gentes, se compadeció de ellas..." (Mt 9, 36) Jesús tenía una sensibilidad exquisita, divina, ante las miserias humanas. Su espíritu se estremece profundamente ante el dolor del hombre. La época y el país en que el Señor vivió estaban teñidos de tonos sombríos. La sangre se había derramado, y se derramaba aún, a causa de las tensiones entre Israel y Roma. El hambre hacía estragos, la pobreza era cada vez mayor y el reinado de Herodes el Grande y sus hijos tenía sumido al pueblo en la miseria. La gente esperaba con ansiedad la llegada del Mesías, y más de uno se había aprovechado de la ansiedad reinante, haciéndose pasar por Mesías, engañando así a las muchedumbres.

Por todo eso Jesucristo contempla a esas multitudes y se llena de compasión, pues las ve como ovejas que no tienen pastor, dispersas y abatidas. Por otras razones, como es lógico, también hoy hay mucha gente que anda a la deriva, engañados una y otra vez por quienes dicen y no hacen, prometen y no cumplen. Necesitamos que Dios suscite nuevos y buenos pastores para su grey, que encienda corazones generosos y mentes privilegiadas, para que se pongan al frente del rebaño y, como Cristo, sepan defender a los suyos, entregarse sin reservas, hasta dar la vida por sus ovejas si fuera preciso... Escúchanos, Señor, y envía hombres competentes y abnegados, que enciendan luces nuevas para alumbrar a nuestro mundo, tan tenebroso y oscuro.
La Iglesia, debe repetirse la compasión del Señor y así será posible que tanta gente, errantes y sin rumbo, recuperen la ruta que nos conduce a la paz y el gozo.
Antonio García Moreno

Las virtudes nos hacen libres


Las virtudes son el patrimonio moral del hombre. Ellas le ayudan a comportarse bien en toda circunstancia, es decir, a hacerle bueno en el sentido más verdadero y completo. Ningún hombre nace bueno o malo, como nadie nace médico o artesano, pero de la naturaleza recibe la capacidad para llegar a serlo. Y el deber de ser virtuosos, es decir, buenos en el sentido auténtico, debe ser un empeño de todos porque todos deben buscar mejorar moralmente. No existe otra posibilidad: o se hace uno mejor o se hace peor. Esto significa o que se adquieren las virtudes o nos abandonamos a los vicios.

El hombre virtuoso es un persona verdaderamente libre. El fumador empedernido esta sometido por el tabaco, el alcoholizado no es una persona libre para elegir en materia de alcohol, el drogadicto es una persona encadenada. Son todos ejemplos de esclavitud. Lo que significa: haceros virtuosos, es decir, buenos, haced el bien imitando a vuestro Padre celestial.

¿Qué es la virtud? La virtud es un hábito bueno que hace al hombre capaz de cumplir el bien de un modo fácil y gratificante.

¿Cuáles son las principales virtudes adquiridas?
Las virtudes adquiridas, llamadas también virtudes morales, se reagrupan en torno a cuatro virtudes fundamentales, llamadas cardinales, y que son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

¿Qué es la prudencia? La prudencia es la virtud que nos dispone para comprender en toda circunstancia lo que hay que hacer.

¿Qué es la justicia? La justicia es el firma propósito de dar a cada uno lo que le es debido.

¿Qué es la fortaleza? La fortaleza es la constancia para alcanzar el bien y la capacidad de superar los obstáculos que a ello se oponen.

¿Qué es la templanza? La templanza es el pleno dominio de sí mismo que nos pone en condición de no dejarnos vencer por los placeres de los sentidos.

Ed. P. Edwin H.

1 comentario:

Anónimo dijo...

estimado p. Edwin
He considerado para bien el envío de correos sobre el acontecer de los oficios litúrgicos tanto metropolitano como del papa. siga trabajando para el reino de los cielos. Dios lo siga bendiciendo.